Histórico

Para descubrir el camino trazado por la Divina Providencia y encontrar, en la historia, el nacimiento de la CONGREGACIÓN DE LAS HERMANAS BENEDICTINAS DE LA DIVINA PROVIDENCIA, recorreremos al camino de la vida de las Venerables Siervas de Dios María y Giustina Schiapparoli, fundadoras de esta Familia Religiosa.

Clemente Schiapparoli nació en Chignolo Po el 18 de noviembre de 1792, e en 6 de junio de 1812, se casó con Marianna Passera, nacida el 15 de septiembre de 1779. Son los padres de las dos Siervas de Dios. En abril de 1815, la familia se mudó a Castel San Giovanni – Piacenza. En esta ciudad, Clemente Schiapparoli alquila una casa como taller, donde ejerció la profesión de  “amolador” que en la época significaba, también, fabricante de clavos, preparador y cuidador de instrumentos agrícolas. Aquí en esta casa se desarrolla la parte más dinámica e importante de la familia Schiapparoli, aquella que tendrá una gran influencia sobre la vida futura de las dos Siervas de Dios. Es una alternancia entre nacimientos y muertes, como era típico de aquel tiempo: el 19 de abril de 1815, nace María Antonia; en 1817, nace Carlo, quien muere en 1820; el 19 de julio de 1819, nace María Teresa Giustina; en 1821, nace Luigia María Teresa; en 1822, nace otra niña, llamada nuevamente María Antonia; el 16 de febrero de 1824 nacieron dos gemelos, Ángela y Pietro, quienes muren después de unos pocos días; la propia madre, Marianna Passera, muere el 14 de abril de 1824. El 9 de octubre de este mismo año, su padre se vuelve a casar con Marta Reguzzi. Pero con ella, así como con su tercera esposa, Cristina Orlando, casada en 1840, Clemente no tendrá otros hijos. Solo las dos hermanas, María y Giustina Schiapparoli, sobrevivirán y serán después las iniciadoras de la Familia Religiosa de las Hermanas Benedictinas de la Divina Providencia.

En Castel San Giovanni, las dos hermanas crecen en una familia, como hemos visto, muy sufrida. En la parroquia de San Giovanni reciben el bautismo y la confirmación; probablemente frecuentan la escuela que administraban por los Canónigos de la Colegiada. En 1832, la familia se mudó a Voghera. En esta época, María tiene 17 años; Giustina tiene 13 años; con ellas están las otras dos hermanas sobrevivientes: Luigia, de 11 años y María Antonia, de 10.

Del “Estado de las Animas” de 1835 sabemos que las jóvenes Schiapparoli María, Giustina y Luigia están en Pavía, en el “Establecimiento de Benedetta”, dirigida por la Madre Benedetta Cambiagio Frassinello: una mujer valiente que, en 1826, fundó una casa para recibir a las niñas, que, sin familia y sin medios de subsistencia, deambulaban por las calles de Pavía.

El reglamento que normaliza la vida de la pequeña comunidad de Madre Benedetta cimienta las bases para el abandono en Dios y en la plena confianza en su Providencia.

María y Giustina, ya adultas y ambas profesoras, se convierten en las colaboradoras más cercanas de la Madre Benedetta, pero la permanencia de ellas en Ronco Scrivia está marcada por graves preocupaciones familiares: la hermana María Antonia había fallecido el 26 de marzo de 1836; el padre, viudo por tercera vez, solo, enfermo y por lo tanto, ya no puede trabajar; la hermana Luigia estaba ciega.

Las repetidas visitas de Clemente Schiapparoli persuaden a la Madre Benedetta para que deje, “con angustia en su corazón”  que María y Giustina se vayan a cumplir con el deber de la piedad cristiana. A principios de mayo de 1847, las dos hermanas dejan a Ronco y a la Madre Benedetta y se despide de ellas diciendo: “Mis queridas Hijas, alguna cosa  Dios quiere de ustedes; realmente veo que debo dejarles partir. Por lo tanto, vayan en el nombre de Dios y la Providencia no les fallará.” (Madre Giovanna Zonca)

Las dos hermanas llegan a Voghera sin dinero. La situación que encuentran en la familia es difícil: la hermana Luigia tiene que ser internada en el hospital, donde muere el 15 de abril de 1848. Además, existe el problema de la subsistencia diaria y es necesario trabajar para ganarse la vida.

Pronto, las dos hermanas se ocupan del arreglando de la ropa de la Iglesia Matriz: una ocupación que pueden hacer permaneciendo en casa. El comportamiento bueno y laborioso de las hermanas llama la atención de los Sacerdotes de Voghera: “Se comportan de manera loable, frecuentan ejemplarmente los Santos Sacramentos y las Funciones Sagradas, son activas y comprometidas en el trabajo.”

María y Giustina, que recién llegan a Voghera, todavía en la casa de su padre, con pocas y modestas habitaciones, abren una escuelita de trabajo para las niñas. Pero a las niñas no solo les enseñan costura y bordado, sino que también les dan nociones de lectura y escritura y, sobre todo, enseñan el Catecismo. En 1850 alquilan algunos locales en la Vía della Maddalena y también comienzan a recibir a niñas abandonadas y pobres, a pesar de residir, probablemente, con su padre.

El abandono en la Divina Providencia de las dos Fundadoras también se manifiesta en la continua “movilidad”. A medida que aumenta el número de niñas acogidas y aspirantes, se mudan de casa.

La comunidad vivía en extrema pobreza; toda la confianza se depositaba en la Divina Providencia, porque lo que las niñas más ricas pagaban no era suficiente para providenciar alimentos a las huérfanas que eran la mayoría. Admirable fue el trabajo que desarrollaron las dos Fundadoras y también las primeras Hermanas. Aún así, nada les faltaba a las niñas que continuaban  siendo aceptadas, y a pesar de tanta pobreza, aquella vida toda de Dios y de los pobres inflamaba el corazón de tantas jóvenes, también de familia rica, como el de las hermanas: Verónica y Pía Piccinini, de Tortona, cuya familia ayudó mucho al Instituto.

De hecho, la comunidad crece en número: en 1859, hay cuatro nuevas Hermanas que han hecho la Profesión Religiosa, mientras que un nutrido grupo de aspirantes, algunas muy jóvenes, completan su formación religiosa.

Las dos fundadoras no descuidaban nada para conseguir lo que era necesario. Ellas se dirigieron al alcalde de la ciudad para pedirle algún subsidio que les pudiera ayudar a quedarse con los muchos pequeños que tenían en casa. En otra súplica del 20 de diciembre de 1860, escriben que, gracias a la ayuda de la Municipalidad, pudieron “aumentar el número de las niñas retiradas de la miseria para ser instruidas en la religión, en las virtudes y en los trabajos de su edad”. También enfatizando que “la falta de medios peculiares se hace sentir fuerte y continuamente en este desconocido y pobre Instituto naciente. El celo de las suplicantes, nacidas pobres también ellas mismas, no puede proveer aquel dinero que renunciaron, de corazón, al abrazar la pobreza de Jesucristo.” (Giustina y María Schiapparoli al alcalde y los concejales de Voghera. 20.12.1860.).

Con el aumento del número de Hermanas y Novicias, las dos Fundadoras se sienten obligadas a expandir su obra, también fuera de Voghera, con la apertura de una Comunidad en Agneto Ligure en 1860. En 1862 abrirán la Casa Broni. Es interesante notar que las Hermanas, muchas veces, son llamadas por los párrocos para trabajo parroquial.

En 1865, las Hermanas Schiapparoli retornan a su ciudad natal: Castel San Giovanni. Allí abren un Internado, en Vía Torricella, frecuentado por numerosas niñas y adolescentes.

En 1868, se abre la Casa Pizzale, cerrada el 31 de julio del año siguiente; en 1869, se abre la casa de Vespolate, a la cual la Madre Giustina, “ciertamente con gran sacrificio”, envía, como Superiora, a su Hermana María Schiapparoli.

Esta es la primera vez, que las dos Hermanas se separan, después de una vida transcurrida juntas en comunión de intenciones e ideales. Vespolate prosigue con vida propia, con una escuela de trabajos manuales muy apreciada por la gente de la ciudad.

La Madre Giustina muere casi repentinamente de congestión pulmonar el 30 de noviembre de 1877.

Con la muerte de la Madre Giustina, el gobierno del Instituto, por orden del Obispo, a la Hermana María Schiapparoli; pero no se sentía de asumir un peso tan grande y poco después prefirió regresar entre las niñas de Vespolate, donde permaneció Superiora hasta su muerte el 2 de mayo de 1882, dejando, sobre todo, buenos recuerdos de sus virtudes. Las Hermanas la amaban con a una verdadera madre (…). También era muy amada por la gente, estimada y venerada como una santa.

Y fue elegida para ocupar el cargo de Superiora General Hermana Giuseppina Amodeo y, en un período de pocos años, le siguieron muchas otras fundaciones.

Y es con esta herencia que cada Hermana Benedictina de la Divina Providencia continúa construyendo su historia en los más diversos rincones del mundo, especialmente donde la vida está más amenazada.

Entre los momentos más significativos, recordamos el año 1936. Durante el gobierno de la Madre Elena Arbasino, siete pioneras surcaron el alto mar para buscar nuevos horizontes en tierras brasileñas, específicamente en Nova Veneza, Santa Catarina, en donde las hermanas se ocuparon de la atención a los enfermos en el Hospital San Marcos y más adelante, en las cercanías, abrieron una escuela de trabajos manuales.

Con esta apertura, la Congregación inició su expansión en el exterior, contemplando nuevos horizontes y expandiéndose a otros estados brasileños y otros países de América Latina y Centroamérica: Paraguay, Bolivia, México y Argentina.

Fiel a la Divina Providencia, la Congregación llegó al continente africano en 1984, buscando convivir con los más pobres. En este continente, hoy la Congregación está presente en los siguientes países: Guinea Bissau, Kenia, Malawi, Mozambique y Tanzania.

En 1991, se nos dio la posibilidad de llevar el Carisma de María y Giustina en Europa del Este: Albania y Rumanía. En 1996, la Congregación se extendió a otro continente, esta vez el asiático, con la apertura de una misión en India, donde las Hermanas se dedican a ayudar a los niños más pobres. En 2019, se abrió una comunidad en Sri Lanka, en la Diócesis de Badulla. En esta misión, las Hermanas dedicarán la formación de las jóvenes en formación y las actividades pastorales de la Iglesia local.

“El pobre Instituto nacido del amor y el esfuerzo de las Siervas de Dios María y Giustina Schiapparoli y guiado bajo la atenta mirada de la Divina Providencia continúa, de esta manera, con su fuerza profética, expandiéndose en diversos países donde la misma Divina Providencia, que la sostiene, la envía a defender y promover la vida de los más fragilizados. En sus hijas espirituales las Siervas de Dios María y Giustina continúan siendo testigos del Evangelio porque saben cargar en sus hombros el fardo de los más necesitados y oprimidos repitiendo así en lo cotidiano las palabras de Jesús: ‘Vengan a mi todos los que están cansados y agobiados y yo les daré descanso’ (Mt. 11,28).” (Hermana Sonia Mabel Medina Arguello).

“Siguiendo el llamado de Cristo, con el desafío que brota de la confianza en la Divina Providencia, la Congregación responde generosamente a la llamada misionera de la Iglesia también en las tierras de misión”. (Art. 08 Const. HBDP)

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