Carisma

El Carisma de un Fundador, una Fundadora, siempre está vinculado a los acontecimientos de su propia vida. Es a través del estudio y la reflexión sobre estos eventos que se percibe y se hace clara la herencia que los fundadores o las fundadoras querían dejar a su propia Familia Religiosa. Es, por lo tanto, recorriendo los hechos de María y Giustina Schiapparoli que de allí  surgen las lecciones de vida y de apostolado que ellas dejaron para sus hijas: las Hermanas Benedictinas de la Divina Providencia.

La reflexión sobre el Carisma debe, por tanto, partir de datos históricos, precisos, claros, que no dejen lugar a interpretaciones arbitrarias y fantasiosas.

A seguir, podemos encontrar las principales características que configuran el Carisma de la Congregación.

  • Amor a la pobreza, no a la miseria. Las Fundadoras enseñaron que la miseria que lleva al hombre a ser miserable, mendigo, debe combatirse con la recuperación de la propia dignidad, a través del trabajo, el estudio y el esfuerzo. Por ello, ofrecen a las niñas un ambiente sereno, donde no sobró, pero nunca faltó lo necesario; enseñaron a las niñas a mantenerse a sí mismas con su propio trabajo y a aprender un servicio para el futuro.
  • En la base de tu actividad hay una oración continua, silenciosa, constante y oculta. Rezaban en la Iglesia, pero también rezaban trabajando o caminando por la ciudad. Si tuviéramos que delimitar las líneas de su fisonomía espiritual, que constituye la herencia que transmitieron a sus Hijas, debemos decir que se distinguieron por su devoción al Santísimo Sacramento; por la piedad Mariana; mediante una oración humilde, hecha también como esas sencillas fórmulas que, entonces, fueron utilizadas por la propia población.
  • Ciertamente no fueron especulativos. Supieron armonizar bien una vida de trabajo duro con la dimensión contemplativa de la Vida Religiosa; probablemente ni siquiera tuvieron tiempo para leer y meditar sobre las obras de los grandes místicos y los maestros del espíritu. Es probable que la jornada se enriqueciera con rosarios, cánticos, breves pensamientos elevados a Dios, mientras las manos estaban trabajando, cosiendo, lavando, atendiendo a las niñas. Se reservaron, tal vez, las horas de la tarde y la noche, cuando, por fin, todo era silencio y las niñas dormían, para una oración prolongada y silenciosa, ante Jesús en el Santísimo Sacramento. Las Hermanas mayores recuerdan, de hecho, que cuando ingresaron a la comunidad, la práctica del culto nocturno, transmitida por las Fundadoras, estaba muy en uso.

En la carta enviada por Madre Giustina al Vicario de Religiosos de Tortona, el 30 de agosto de 1869, revela muy bien su cuidado para que, en la Capilla de la Casa, además de la Misa diaria y la posibilidad de administrar el Sacramento de la Confesión, fue posible dar la bendición con el Santísimo Sacramento, en las celebraciones solemnes.

  • Las dos Hermanas tenían una profunda confianza en la Divina Providencia, incluso cuando todos los caminos parecían cerrarse; nunca perdieron el valor y la determinación para reanudar su servicio de amor y aceptación. Cuántos traslados de una casa a otra, con medios precarios, en casas que, incluso grandes, estaban bien destruidas, viejas; pero fue suficiente que fueran lo suficientemente grandes para llenarlos, en la medida de lo posible, de niñas y jóvenes. Nunca rechazaron a una niña, siempre acogiendo a la última en llegar, con alegría y fiesta.
  • Las Fundadoras se distinguieron por su humildad y silencio. De hecho, nunca intentaron hacer brillar su Instituto, abriendo obras grandiosas, como lo demuestra el mismo término con el que definieron su Fundación: “Pobre Instituto Schiapparoli; Pobre Instituto das Hijas Derelite”. Nunca construyeron su propia sede. En perfecta armonía con su opción de humildad y servicio, mantuvieron su hábito religioso. Y colocaron, en primer lugar, la recepción y el servicio a las niñas pobres abandonadas. Para las Hermanas Schiapparoli, lo importante era trabajar, hacer el bien; Ciertamente no les interesaba pasar a la historia como iniciadores de una nueva Familia Religiosa, sino abrir un camino que otros, después de ellos, seguirían, en el servicio y en la caridad.

De las Fundadoras, no tenemos muchos documentos; no dejaron grandes volúmenes de escritos; de ellos sólo quedan documentos que dan testimonio de su gran caridad y confianza en la Divina Providencia: “En esto experimento la acción de la Divina Providencia, en la que se basa nuestro trabajo”, escribe Madre Giustina al Obispo de Tortona, el 10 de diciembre de 1862, agradeciendo el subsidio recibido; y también: “Confío en la Divina Providencia – escribe al Obispo el 14 de junio de 1867 – que no dejará de ayudar a las necesidades de esta pobre Casa”.

Pobreza, humildad, servicio, silencio, oración y confianza en la Divina Providencia son la herencia espiritual que las Fundadoras dejaron a sus ramas; esa herencia, ese Carisma que estas Hijas deben vivir en el mundo de hoy, en el servicio que se les pide hoy, teniendo en cuenta que, como Giustina y María Schiapparoli, la juventud pobre, sola, marginada y en dificultades debe ser la predilecta, la predilecta de las Hermanas Benedictinas de la Divina Providencia.

“El espíritu que la anima es de confiado abandono en la Divina Providencia, en sencillez y humildad de vida, al servicio de los hermanos. La Hermana, busca en la oración aquellas luces y aquellas gracias que rinden eficaz su contacto con los hermanos, con el trabajo asiduo da testimonio de su pobreza y ofrece su cooperación a la paternidad providente de Dios. Realiza así su lema: Ora et Labora.” (Art. 03, Const. HBDP)

“La Hermana, mediante la profesión de los consejos evangélicos de obediencia, castidad y pobreza, la vida comunitaria y la observancia de las presentes Constituciones, realiza su vocación confiando en la Divina Providencia. De ese modo, se inserta particularmente en la obra de salvación de Cristo. Siguiéndolo como Único necesario, en la alegría y en la serenidad de su vida, según las enseñanzas de San Benito que exhorta a sus hijos a no anteponer nada al amor de Cristo.” (Art. 05, Const. HBDP)

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